Y ahí se
quedó. Plantada. Sentada. Abrazándose las piernas mientras la presencia de esa
pequeña criatura la exasperaba. Ella quería estar sola, así cuando llegara el
príncipe podían hablar tranquilos. Él se iba a arrepentir pronto. Ella lo había
dado todo por él, lo había apoyado incondicionalmente en todos sus proyectos,
sueños e ilusiones. Había dedicado todos y cada uno de los segundos de los
siete años de relación a conseguir que él se sintiera feliz. Sus actos giraban
en torno a ello: la felicidad de él. Si él sonreía, todo su mundo lo hacía.
Ella quería ser perfecta por y para él. Por lo tanto, era imposible que no se
diera cuenta pronto y, sin duda alguna, volvería.
Y volvió a
escuchar la voz de antes:
-Quizás te
duela levantarte, pero debes hacerlo, no puedes tirarte ahí sentada todo el
día. ¿Ves a tu alrededor? Todo es desierto. Ahora mismo no está mal, pero no
esperes a que lo inunde la noche, las temperaturas bajan y difícilmente podrás
salir de ahí.
La
princesa no movió una pestaña.
-No va a
volver nadie, créeme. Sigue andando, debes seguir andando.
Nada.
-¿Me dirás
al menos qué te ha pasado para semejante caída?
-Me han
dejado sin alma, me la han partido en pedazos tan minúsculos que no tiene
solución.
-¿Puedes
ser más dramática?
Y ahí se
quedaron: una con su venda y la otra incapaz de dejarla sola ahí plantada ya
que, incluso en el caso de que finalmente se levantara, era altamente probable
que echara a andar en el camino equivocado.
- - ¿Conoces
la historia de “La Sirenita”?
Nada. Ni
la miró. Vaya público más difícil.
-
Pues mira, Ariel era una sirena
feliz. Era bastante independiente, la verdad. Había salido de casa para
estudiar la carrera que le gustaba y asegurarse ella misma su futuro y su
propia felicidad. Era tan cuadriculada que pensaba que la felicidad no podía
depender de nada que no pudieras controlar. Ella organizaba su tiempo,
estudiaba, salía con las amigas, iba de compras más de lo que a sus padres les
gustaba, a veces bebía más de lo que su hígado prefería también, lo típico en
cualquier universitario. Tenía inquietudes, sueños y metas por alcanzar. En sus
pensamientos iba a comerse el mundo. Entonces conoció al príncipe.
Ariel se enamoró hasta las trancas y cometió
uno de los mayores errores en una relación: cambió su mundo por él. Cambió
ella, cambiaron sus gustos, sus planes, su futuro. Su mundo ahora era él. Ella
se perdió, se iba haciendo cada vez más diminuta. Mejor dicho, ella se perdió
en el mundo de él, adaptó su vida para que encajara en otra vida que no era la
suya propia, en otros planes, en otro universo. El problema estaba en que no se
trataba de una simbiosis, sino de algo unilateral. Progresivamente
iba dejándolo todo atrás…Incluso su voz. No quería que el príncipe se
molestara, no quería enfadarlo, pensaba que así ella era perfecta. ¡Menuda
idiotez! Y sus palabras eran “como tú digas”, “como tú quieras”, “vamos donde
tú digas”.
Se convirtió en una sirena muda en
un mundo ajeno, en una vida que no era la suya, en unos planes cambiantes a los
que ella simplemente se amoldaba. Ariel se volcó en él. Olvidó sus metas y se centró
en unos sueños ajenos. Era un mundo externo al suyo y, a pesar de ello, nuestra
Ariel sin voz se desvivía para llenarlo de color. Los sueños de él se
convirtieron en los suyos propios, nada la hacía más feliz que el hecho de que
él estuviera feliz. Lo hacía sin pensar,
ni pedir nada a cambio, sin esperar un “gracias”. La movía el amor, un amor
incondicional, ciego, loco, que hacía vibrar cada milímetro de su cuerpo. Un
amor que ella suponía correspondido.
Pero querida, si ella estaba ciega
de amor, el protagonista masculino de nuestra historia estaba ciego, a secas.
No se sabe si es que no era consciente de todo lo que Ariel había hecho o que
simplemente daba por hecho esa dedicación como si de un imperativo legal se
tratase, pero un día, al que volvieron más ciego aún fue a él.
En este mundo, no todas las
personas son buenas, y esto nuestra inocente sirena no lo sabía. De un lejano
reino costero llegó Úrsula, la bruja del mar. No se entendían sus virtudes, a
la vista desde luego no estaban, ni se conoce qué oscuras artes usó, pero en un
abrir y cerrar de ojos logró conseguir una relación de tres. Y claro está,
alguien sobraba, decidiendo el príncipe cegado por Úrsula que la que sobraba
era Ariel. Amnesia, hechizo, ceguera, egoísmo, egocentrismo, capricho, locura,
llámalo como quieras, pero no lo llames amor, no lo compares con que lo que
Ariel sentía, no se merece estar a la misma altura de algo tan puro.
Y así quedó Ariel, destrozada, como
tú. Desterrada de ese mundo que no era el suyo. Perdida en un desierto.
El hada
Valeria terminó su historia. La princesa la miraba fijamente.
-¿Y qué
hizo Ariel? ¿Qué debería de hacer yo?- Al fin preguntó.
- Volver
a encontrar tu mundo, volver a ser tú misma.
Y sin previo aviso, de nuevo, la
chica sentada en el suelo empezó a llorar.
- Creo
que en mi historia hay también una Úrsula. ¿Sabes si es cierto?
- Eso
deberás preguntárselo a él.