domingo, 28 de enero de 2018

SEGUNDO. LA SIRENITA.

Y ahí se quedó. Plantada. Sentada. Abrazándose las piernas mientras la presencia de esa pequeña criatura la exasperaba. Ella quería estar sola, así cuando llegara el príncipe podían hablar tranquilos. Él se iba a arrepentir pronto. Ella lo había dado todo por él, lo había apoyado incondicionalmente en todos sus proyectos, sueños e ilusiones. Había dedicado todos y cada uno de los segundos de los siete años de relación a conseguir que él se sintiera feliz. Sus actos giraban en torno a ello: la felicidad de él. Si él sonreía, todo su mundo lo hacía. Ella quería ser perfecta por y para él. Por lo tanto, era imposible que no se diera cuenta pronto y, sin duda alguna, volvería.

Y volvió a escuchar la voz de antes:

-Quizás te duela levantarte, pero debes hacerlo, no puedes tirarte ahí sentada todo el día. ¿Ves a tu alrededor? Todo es desierto. Ahora mismo no está mal, pero no esperes a que lo inunde la noche, las temperaturas bajan y difícilmente podrás salir de ahí.

La princesa no movió una pestaña.

-No va a volver nadie, créeme. Sigue andando, debes seguir andando.

Nada.

-¿Me dirás al menos qué te ha pasado para semejante caída?

-Me han dejado sin alma, me la han partido en pedazos tan minúsculos que no tiene solución.

-¿Puedes ser más dramática?

Y ahí se quedaron: una con su venda y la otra incapaz de dejarla sola ahí plantada ya que, incluso en el caso de que finalmente se levantara, era altamente probable que echara a andar en el camino equivocado.

-          - ¿Conoces la historia de “La Sirenita”?

Nada. Ni la miró. Vaya público más difícil.

-         Pues mira, Ariel era una sirena feliz. Era bastante independiente, la verdad. Había salido de casa para estudiar la carrera que le gustaba y asegurarse ella misma su futuro y su propia felicidad. Era tan cuadriculada que pensaba que la felicidad no podía depender de nada que no pudieras controlar. Ella organizaba su tiempo, estudiaba, salía con las amigas, iba de compras más de lo que a sus padres les gustaba, a veces bebía más de lo que su hígado prefería también, lo típico en cualquier universitario. Tenía inquietudes, sueños y metas por alcanzar. En sus pensamientos iba a comerse el mundo. Entonces conoció al príncipe.

 Ariel se enamoró hasta las trancas y cometió uno de los mayores errores en una relación: cambió su mundo por él. Cambió ella, cambiaron sus gustos, sus planes, su futuro. Su mundo ahora era él. Ella se perdió, se iba haciendo cada vez más diminuta. Mejor dicho, ella se perdió en el mundo de él, adaptó su vida para que encajara en otra vida que no era la suya propia, en otros planes, en otro universo. El problema estaba en que no se trataba de una simbiosis, sino de algo unilateral. Progresivamente iba dejándolo todo atrás…Incluso su voz. No quería que el príncipe se molestara, no quería enfadarlo, pensaba que así ella era perfecta. ¡Menuda idiotez! Y sus palabras eran “como tú digas”, “como tú quieras”, “vamos donde tú digas”.

Se convirtió en una sirena muda en un mundo ajeno, en una vida que no era la suya, en unos planes cambiantes a los que ella simplemente se amoldaba. Ariel se volcó en él. Olvidó sus metas y se centró en unos sueños ajenos. Era un mundo externo al suyo y, a pesar de ello, nuestra Ariel sin voz se desvivía para llenarlo de color. Los sueños de él se convirtieron en los suyos propios, nada la hacía más feliz que el hecho de que él estuviera feliz.  Lo hacía sin pensar, ni pedir nada a cambio, sin esperar un “gracias”. La movía el amor, un amor incondicional, ciego, loco, que hacía vibrar cada milímetro de su cuerpo. Un amor que ella suponía correspondido.

Pero querida, si ella estaba ciega de amor, el protagonista masculino de nuestra historia estaba ciego, a secas. No se sabe si es que no era consciente de todo lo que Ariel había hecho o que simplemente daba por hecho esa dedicación como si de un imperativo legal se tratase, pero un día, al que volvieron más ciego aún fue a él.

En este mundo, no todas las personas son buenas, y esto nuestra inocente sirena no lo sabía. De un lejano reino costero llegó Úrsula, la bruja del mar. No se entendían sus virtudes, a la vista desde luego no estaban, ni se conoce qué oscuras artes usó, pero en un abrir y cerrar de ojos logró conseguir una relación de tres. Y claro está, alguien sobraba, decidiendo el príncipe cegado por Úrsula que la que sobraba era Ariel. Amnesia, hechizo, ceguera, egoísmo, egocentrismo, capricho, locura, llámalo como quieras, pero no lo llames amor, no lo compares con que lo que Ariel sentía, no se merece estar a la misma altura de algo tan puro.

Y así quedó Ariel, destrozada, como tú. Desterrada de ese mundo que no era el suyo. Perdida en un desierto.

El hada Valeria terminó su historia. La princesa la miraba fijamente.

-¿Y qué hizo Ariel? ¿Qué debería de hacer yo?- Al fin preguntó.

- Volver a encontrar tu mundo, volver a ser tú misma. 

            Y sin previo aviso, de nuevo, la chica sentada en el suelo empezó a llorar.

- Creo que en mi historia hay también una Úrsula. ¿Sabes si es cierto?

- Eso deberás preguntárselo a él. 

miércoles, 3 de enero de 2018

PRIMERO. LA CAÍDA.

El verano acababa de comenzar. Ella estaba ilusionada, esperanzada, todo se solucionaría, todo había terminado ya.

Y sí, todo había terminado, pero de una manera que ella no se esperaba.

Cayó, cayó y cayó, sin paracaídas, haciéndose eterno el momento en el que cielo se juntaba con la tierra. Cayó en un torbellino de recuerdos, en una vorágine de momentos, en un desorden de besos perdidos, en un vórtice de amor entregado sin reservas, incondicional, sin pedir nada a cambio.  AMOR con mayúsculas.

Y también calló, del verbo callar. Y cada grito de su alma fue exteriorizado en una lágrima. Cada “te quiero” pendiente murió tras sus labios. Cada latido de su corazón…Espera, ¿corazón? ¿sigue latiendo? ¿sigue existiendo? A pesar de este dolor. A pesar de tanto dolor. A pesar del dolor, a secas, no lo pongo en mayúscula, no se merece el mismo trato que el AMOR.

Y se dejó caer. Se dejó llevar. Sin poner resistencia, sin buscar un paracaídas. No pensó en el dolor del golpe con la tierra, con la realidad. Mientras caía quizás podría evitar ese dolor. “¿Más dolor? No, gracias. No lo soportaré, no podré. Dejarme llevar, dejarme caer. Sólo hago eso. Quizás es simplemente caer al vacío.”

Y cayó, y siguió callando…y aterrizó.

¿Que si dolió darse de bruces con el suelo? Por supuesto que dolió. Pero contra todo pronóstico de la princesa, no murió. El corazón seguía latiendo aún hecho añicos. ¿Cómo es posible si la princesa tenía la sensación de que estaba destrozado? ¿Cómo es posible si el corazón se había hecho polvo, reducido a pequeños granos no más grandes que la arena de la playa?

Lo peor de todo: el dolor del alma. “Que nadie me niegue que este dolor es físico”. Un dolor que se expandía por todo el pecho. Un dolor real, como si algo dentro de ella se hubiera deshecho. Y una vez más, pese al golpe con la tierra, no murió de amor. Ya lo decía Joaquín Sabina: “lo malo de morir de amor es que no te mueres”.

Y así, tras la caída, tras el golpe, deshecha, herida de una muerte que no mata, la princesa yacía en el suelo. Con los ojos cerrados, con las lágrimas que reflejan las palabras de su alma, dolorida, callada, caída, malherida, perdida, derrotada.

“¿Derrotada? ¿Cuándo he escuchado yo esa palabra? NO. ME NIEGO. No puedo estar derrotada. Malherida, dolorida, callada, caída, perdida. Pero derrotada no, es una palabra muy fea, no la encuentro en mi diccionario.” Y la princesa abrió los ojos. Poco a poco fue incorporándose. Se cepilló el pelo con los dedos. Cuando lo tienes largo se enreda con nada, imagínate tras una caída semejante y el posterior golpe. Así, sentada, miró a su alrededor: sólo había desierto. Las lágrimas seguían cayendo, el corazón seguía gritando. “Quedarme sentada mirando el desierto es casi peor que estar tumbada con los ojos cerrados”. Y decidió levantarse. Entre dolores, magullada de la caída y posterior golpe, comenzó con esa ardua tarea, pero quizás la gravedad se lo estaba poniendo muy difícil, o quizás era ella la que dotaba a la gravedad de más fuerza de la que le correspondía. Gravedad en doble sentido.

-¿Y si me levanto dónde voy? ¿Y si es todo desierto? ¿Y si me pierdo aún más? ¿Y si me quedo aquí sentada? ¿Y si el príncipe vuelve a por mí a este mismo lugar y yo no estoy?

- No va a volver. Y si vuelve y no estás, no estás y punto.

La princesa buscó la procedencia de esa voz. Era otra chica “¿Princesa? ¿Plebeya? ¿Qué clase de ser era? ¿Eso son alas? ¿Y por qué me dice esas palabras tan hirientes? Que se vaya, no necesito más daño”.

-        -  Soy Valeria y soy un hada. Estoy aquí para que abras los ojos.

-          -Ya los tengo abiertos.


-         - ¡Ja! Los tienes tan cerrados como hace unos minutos, cuando estabas ahí tumbada. Y ahora venga, toca ponerse en pie. 

jueves, 28 de septiembre de 2017

NO EXISTE PRINCESA DISNEY QUE ME REPRESENTE.



Así de claro. Dentro de esa nueva imagen de las princesas que los herederos del Sr. Disney, Dios lo tenga congelado, están intentando confeccionar no encuentro ninguna que se ajuste a mi perfil. Mira que ahora se están esforzando en dejar atrás la imagen de joven desvalida que busca los brazos del príncipe azul y ya son ellas mismas las que no esperan ser salvadas. Pero ni por esas. Más aún cuando has crecido viendo a chicas que lo dan todo por amor, hasta su voz como La Sirenita. Que se duermen en los laureles hasta que el príncipe de turno venga a salvarlas. Obedientes que a las doce vuelven a casa y esperan a que el enamorado llegue con su zapato (ya podrían ser unos Manolos). Y es entonces cuando todo acaba, cuando todo termina bien. Y fueron felices y comieron perdices (sin pensar que esto puede herir la sensibilidad de algún vegetariano).

¿Pero qué pasa si el final no es feliz? ¿Qué pasa cuando el príncipe se va con la madrastra de turno, con la hermana fea o con la bruja del mar? ¿Qué pasa cuando el príncipe se aleja? ¿Qué pasa con la princesa? ¿Cómo sale de ésta? Eso necesito yo, una princesa del Sr. Disney con el corazón roto.
Lo que plasmo no es nada novedoso, ya Rubén Darío nos habló de una princesa triste  cuyos suspiros se escapaban por su boca de fresa. Y es que pierdes la risa. Y es que pierdes el color, aunque sea verano y te esfuerces por estar bronceada peligrosamente con productos de bajo nivel de protección solar. Mudo el teclado de su clave sonoro.

Y no me valen esos instantes de “dolor” que estas princesas sufren para que luego todo acabe bien o se intuya que todo terminará bien. Quizás es porque, a mis 29 años, he crecido con las más clásicas, pero no nos preparan para el desamor. ¿Qué tal si la historia comienza con una enamoradísima princesa? Una chica feliz, en sus veintitantos o veintitodos. Una princesa que espera el momento culmen de su relación con el príncipe. Una princesa en cuyo interior vive un pequeño Gollum obsesionado por un anillo. Una princesa que canta mientras trabaja, que baila cuando está sola en casa, que sueña, que vuela de felicidad cuando ve a su príncipe o, si lo preferís, “muchacho que le habla” (mucho más de pueblo). Por muy feministas que seáis, el amor es igual para todas, queridas, (y todos) y aunque la felicidad no está en un hombre (o mujer, porque ahora hay que ser muy políticamente correcto), el amor tiene reacciones en el cerebro que no os sé explicar porque yo estudié Derecho pero que leí por internet y que hacen que te sientas bien. Podéis buscarlo también.

Cuando esa princesa lo ha dado todo. Cuando, al igual que la rosa del Principito, perfumaba todo el planeta de él… Pero él no se daba cuenta. Y entonces comienza la historia de verdad: con la princesa rota. Con el alma destrozada. Nadie nos enseña esto. Nadie nos dice cómo las princesas actúan. Es entonces cuando te caes de tu nube, cuando despiertas malherida del choque contra el suelo. Te levantas, te sacudes el polvo y miras al frente. No ves nada, pero sabes que debes andar por mucho que vayas cojeando. Incluso te caerás y será difícil levantarte.

Al principio, en el camino pensarás que estás sola ya que no está el príncipe. ¿Cómo va a estarlo si te ha soltado de la mano cuando más alto volabas? Es algo que Disney no nos ha enseñado y que debemos aprender solas. Aprendemos solas qué es eso del desamor. Pero en ese camino irán apareciendo pajaritos y animalitos del bosque que te  harán más fáciles las caídas, que te pondrán tiritas con dibujitos de unicornios y Betadine rosa con purpurina. Que harán de tus dramas los suyos, aunque a estos animalitos se les caiga el techo literalmente encima.


Pues precisamente de esa princesa, de su camino y de sus amigas va a tratar este blog. Es ahí dónde  comienza la historia.